NECESITAMOS ADMITIR QUE LAS LENGUAS SON PORTADORAS DE CULTURA Y ACEPTAR EL SABOR DE LOS DISTINTOS ACENTOS COMO PARTE DEL CONTENIDO, COMO SEÑALES DE LA PERSPECTIVA QUE ESTOS AUTORES ESTÁN TRATANDO DE EXPRESAR.

EL INGLÉS COMO LINGUA FRANCA, O LA ESTERILIZACIÓN DEL TRABAJO CIENTÍFICO

ENGLISH AS LINGUA FRANCA. OR THE STERILISATION OF SCIENTIFIC WORK

Este ensayo se enfoca en el problema del inglés como lingua franca dentro de la academia, problematizándolo como un filtro que limita poderosamente los encuentros entre la teoría occidental y las culturas científicas enraizadas en otros idiomas. El texto se basa en mi experiencia de ser una académica latinoamericana que, inicialmente, trató de circular en foros internacionales desde Brasil y haberme embarcado recientemente en una maestría y un doctorado en Europa — una experiencia que dejó de ser un reto personal para convertirse en una reflexión colectiva con otros colegas que chocaban con barreras similares.

La primera mitad del ensayo se concentra en dos temas que fueron objeto de debate durante un panel de la séptima Conferencia Europea de Comunicación, organizada por la Asociación deInvestigación y Educación de Comunicación Europea (ECREA, por sus siglas en inglés), a saber: ‘la investigación que viaja’ y el asunto de la elocuencia. Procedemos después a la sección en la que coloco mi experiencia personal en el marco de la inclusión de Latinoamérica en la cartografía del conocimiento reconocido. El ensayo cierra con algunas consideraciones finales, que dialogan con ideas como la ‘inclusividad consciente’1 y la ‘traducción que resiste’2 para superar la esterilización del trabajo científico.

LA INVESTIGACIÓN QUE VIAJA

En el 2018 asistí a la séptima Conferencia Europea de Comunicación de la ECREA y fui al panel The English language in academia: identifying power structures, denaturalising daily choices (La lengua inglesa en la academia: identificando estructuras de poder, desnaturalizando elecciones cotidianas),un panel muy importante pero también muy triste, en tanto que fue colocado en el último bloque de un domingo por la noche, cuando la mayoría de los visitantes ya estaban en camino de regreso a sus casas. En la sala no hubieron más de 12 personas, ponentes incluidos, para presenciar lo que considero como el debate más enriquecedor de toda la conferencia.

A pesar de ser éste un texto crítico, también reconozco a la ECREA por tener la iniciativa de proponer el tema dentro de una conferencia general, hecho que debe no solo reconocerse, sino además celebrarse. La anotación que se utilizó para describir el tema de la conferencia exponía claramente que «como sugiere el subtítulo de la conferencia que enfatiza la traducción, también se requiere una reexaminación del continuo dominio de la lengua inglesa en los asuntos académicos».3 Adicionalmente, estas conferencias han albergado con frecuencia un buen número de presentaciones en las que colaboran autores europeos y latinoamericanos.4

Uno de los debates más acalorados en el panel se refería a la elección de publicar en inglés, tras la presentación de Andreas Hepp titulada Research that travels: On theorising contextual research and transcultural academic discourse (La investigación que viaja: sobre teorizar la investigación contextual y el discurso académico transcultural). Según esta perspectiva, lo más importante que un investigador puede hacer es decidir estratégicamente qué publicar, en qué plataforma y para qué audiencia.

La lógica es clara y coherente: existen reflexiones, análisis o datos que son más interesantes en el contexto local de un país o región. Este material no suscita necesariamente algún interés internacional y puede circular, en su lengua original, en las audiencias que potencialmente se interesen en el asunto. Un investigador hábil tiene la capacidad de clasificar, en el marco de su trabajo, qué le interesa a dichas audiencias y qué puede atraer reflexiones más transversales, que pudieran interesar a audiencias más amplias. Éste es el material que debería ser traducido, esto es la ‘investigación que viaja.’

Esta noción resuena con la idea de las teorías viajeras, popularizadas a partir del trabajo deEdward Said.5 Este autor propone la cuestión de si una idea o teoría gana o pierde vigor tras haberse movido de un lugar y tiempo a otro. Junto a la fidelidad y al significado textual, la traducción es uno de los asuntos más relevantes en este proceso, considerando «la existencia, o incluso la ausencia, de terminologías equivalentes, la presencia de elementos dentro de una teoría que se resisten a ser traducidos, y las transformaciones ejercidas por cualquier intento de traducción».6

Hepp presentó una perspectiva altamente deseable, una estrategia donde la evaluación de los esfuerzos académicos sea descentralizada, subrayando también la agencia de los académicos que estuvieran mejor posicionados para decidir dónde publicar, según la propia investigación y los intereses del público. La idea del cosmopolitanismo también aloja esta perspectiva, en tanto que estima que «el trabajo académico cosmopolita debe de ser guiado por preguntas empíricas y teóricas que sean relevantes más allá de las fronteras».4 [p 84] Aunque se pueda tener como un horizonte, así no es el estado actual de las cosas. Por un lado, la imposición de rankings orilla a los académicos hacia una competencia de mercado que amenaza al sentido mismo del trabajo científico; del otro lado, una aproximación así concentraría el poder de definir la definición de qué conocimientos se consideran legítimos, profundizando aún más las injusticias cognitivas.

PUBLICAR O PERECER, ANTES Y AHORA

Defender la suposición de que publicar en inglés es tan solo una decisión por parte del investigador puede ser muy peligroso. Esta idea pone en duda la habilidad de los investigadores —como si fueran incapaces de identificar sus audiencias estratégicas, ignorando además las presiones impuestas por el sistema de la academia— como si fuesen libres para tomar estas decisiones.

Muchos análisis han señalado la creciente consolidación sistemas de categorización que operan bajo el mantra de ‘publicar o perecer’. La cultura de premiar la productividad en términos de estar publicando, sólidamente establecida en los Estados Unidos, reproduce prácticas de competencia de mercado, y se introdujo en Europa a finales de los años ochenta.7 Los investigadores son comparados entre ellos de manera individual, entre colegas y colectivamente, entre universidades. Más precisamente, existe una presión enorme sobre los investigadores más jóvenes. A pesar de haber obtenido recientemente un grado doctoral,8 mi experiencia fue que la mayoría —si no es que todos— los procesos de selección evalúan el número de publicaciones previas, comprobando la creciente tendencia mundial que asocia la contratación, la promoción y la tenencia de plazas, así como becas y otros subsidios, junto con el récord de publicaciones.9, 7, 10 Incluso los formularios para algunas aplicaciones preguntan a los interesados que especifiquen el número de artículos que tienen en publicaciones con peer-review; en otras aplicaciones se llega a pedir un estimado del número de veces que dichos artículos han sido citados, un detalle que incentiva al investigadora trabajar sobre temas más controversiales, más sexys o con mayor visibilidad, en detrimento del trabajo con mayor relevancia intelectual. Este criterio, supuestamente ‘neutro,’ que evalúa y premia el desempeño ha traído consigo una serie de problemáticas, tales como sesgos por parte de ciertas publicaciones e incluso comportamientos poco éticos.11, 7

Luego entonces, no se trata de un asunto de mera elección. Así como un investigador pudiera tener claridad sobre la relevancia de sus reflexiones en relación a las audiencias que pudieran sacar mayor provecho de ellas, el avance de su trayectoria profesional depende de estar compitiendo constantemente por espacios en journals internacionales y, por lo tanto, de escribir o traducir al inglés. Por ejemplo, de entre los doce journals mejor evaluados del 2018 en Europa occidental, ocho de ellos solo publican artículos en inglés, mientras que los cuatro restantes no mencionan con claridad este detalle, pero presentan sus pautas editoriales solamente en inglés.12

¿QUIÉN DECIDE LO QUE ES IMPORTANTE?

El enfoque de la ‘investigación que viaja’ sugiere una clasificación estratégica de las audiencias, pero también aumenta el poder en las manos de aquellos que deciden el valor de dicha estrategia. Ganter y Ortega4 analizaron la invisibilidad de la América Latina en los siete journals mejor calificados de Europa occidental. Identificaron que, entre los 462 miembros de los consejos editoriales, tan solo dos eran latinoamericanos; la misma representación del 0.43% se encontró para los académicos africanos y un 4.98% para los asiáticos.4 [p 80–81] Si esto no representa automáticamente un sesgo, al menos revela con claridad la concentración de poder y la falta de diversidad que sí puede influir en las decisiones editoriales.

En el debate del panel de la ECREA, hubo una discusión acerca de la relevancia de compartir casos de estudio locales en journals internacionales. Podría comentar algo sobre el aburrimiento general provocado por tener acceso solamente a casos de estudio de países angloparlantes:vamos a saberlo todo acerca del uso de Twitter en Estados Unidos o en el Reino Unido, pero vamos a ignorar aún más la forma en la que estos procesos suceden en Polonia, Bolivia o Senegal. El panorama de pobreza contenido en esta perspectiva es espantosa, y vislumbra el impacto sobre una estructura ya de por sí desigual, en la que los académicos blancos y ricos llevan ventaja sobre cualquier otro grupo.13, 1

Waisbord y Mellado14 proponen cuatro dimensiones para explorar la idea de des-occidentalizarla investigación: el objeto de estudio, el corpus de evidencias, las estructuras analíticas y las culturas académicas. Al reflexionar sobre los objetos de estudio, refieren a un entramado importante de problemas subestudiados, o que de plano brillan por su ausencia. Más allá de dar visibilidad a asuntos provenientes de contextos distintos, los autores sostienen que «poner de relieve objetos de estudio localizados fuera de Occidente es útil para expandir las agendas de investigación y explorarlos límites de los parámetros analíticos de la academia occidental».14 [p 364]

Respecto al corpus de evidencias, Waisbord y Mellado se cuestionan si los argumentos preexistentes, basados en «una delgada muestra de casos específicos a sus contextos», viajan bien alrededor del mundo.14 [p 365] Ese ha sido el caso para las teorías occidentales. El concepto de la esfera pública, esparcido alrededor del planeta, se basa originalmente en observaciones hechas por Jürgen Habermas en Gran Bretaña, y aunque se le han hecho continuamente una cantidad importante de críticas —así como desarrollos del autor mismo— yo he tenido reviewers que solicitan que incluya a Habermas en mis papers, cuando yo lo que quería proponer eran otras perspectivas en los debates sobre otras realidades. Mientras tanto, yo he escrito seis textos para elSAGE International Encyclopaedia of Mass Media and Society, 15 todos y cada uno de ellos dando cuenta de los medios en países de Latinoamérica.16 A pesar de mis argumentos, solamente fue posible incluir textos en inglés para conformar la lista de lecturas adicionales, invisibilizando una serie de fuentes relevantes, a causa simplemente de una barrera lingüística. Esta regla cambió a finales del 2019. Tras haber accedido a escribir un texto para otra enciclopedia con SAGE, fui informada que, considerando el espectro de lectores, podría sugerir igualmente lecturas adicionales en otros idiomas.

La diversidad de objetos de estudio y de corpus de evidencias necesitan espacio en journals internacionales para poder promover el diálogo transnacional que Waisbord y Mellado14 señalan como necesario para poder producir reflexiones más complejas y robustas. Mientras más funcione la lengua inglesa como filtro esterilizador, más casos y conocimientos se quedarán ahí quietos, esperando a que a algún angloparlante le parezcan lo suficientemente estratégicos para que alcancen un foro internacional. Este debe de ser el papel de los journals, más allá de ser una fuente estadística para las escalas de calificación, volverse una cancha donde sea posible acceder a los conocimientos provenientes de distintas fuentes.

EL PROBLEMA DE LA ELOCUENCIA

Durante ese mismo panel en la ECREA, Karin Raeymaeckers trajo a colación un tema que encendió otro intenso debate: el asunto de la ‘elocuencia.’ El nivel de dominio del inglés que se solicita fue señalado también como un nivel de dificultad adicional, incluso por investigadores provenientes de países occidentales ricos, incluso de los países en los que el inglés se enseña como segunda lengua, como es el caso en Escandinavia. Para académicos no blancos y no occidentales, la elocuencia en inglés constituye además una fuerte barrera adicional, si se considera que muchos de ellos provienen de entornos donde rara vez se habla en inglés. Ganter y Ortega4 publicaron un análisis de artículos publicados entre el 2010 y 2016 en los journals de mayor prestigio y en las conferencias de la ECREA, y concluyeron que la cultura académica europea «limita el acceso a artículos que hagan uso de tradiciones intelectuales latinoamericanas» y que «a pesar de los muchos intentos por desoccidentalizar los estudios de medios y comunicación, todavía es más común hablar acerca de contextos en América Latina en vez de integrar trabajos emanados de ese contexto regional en realidades intelectuales».4 [p69] Los autores no lograron identificar las causas detrás de este fenómeno, pero aquí podemos especular sobre la relevancia del prerrequisito de cierto nivel de elocuencia en la lengua inglesa para consolidar lo que ellos llaman «una dualización de los mercados laborales en ‘locales y foráneos’[citando a Alexandre Afonso]», además de «las logísticas de la economía global del conocimiento en donde las locaciones epistémicas subalternas son sistemáticamente silenciadas [refiriéndose a Boaventura de Sousa Santos]».4 [p70]

En más de una ocasión, recibí retroalimentación de otros pares, que me decían que ‘el texto es correcto y es inteligible, pero tiene un acento,’ y recomendaban pedir otra revisión a cargo de un angloparlante nativo, incluso en los casos donde dicha revisión ya había sido hecha. La sugerencia que recibí con más frecuencia para mi disertación fue: ‘escribe como si el inglés fuera tu lengua materna,’ a pesar de ser belgo-brasileña, de entrevistar a brasileños para mi investigación, de haber hecho el doctorado en una universidad francófona en un centro de investigación cuyos miembros son mayormente académicos latinoamericanos hispanoparlantes. En muchas circunstancias, sentía que estaba reduciendo el sentido de lo que analizaba porque no podía encontrar —incluso con el apoyo de un supervisor angloparlante nativo— una formulación en inglés correcta y que pudiera ser aceptada. Este fue el caso con la noción de comunicación popular, que frecuentemente cambiaba a comunicación comunitaria o alternativa, a pesar de las diferencias epistémicas y de una tradición académica ya consolidada. Esto sin mencionar las desigualdades impuestas sobre aquellos que no tienen experiencia internacional ni mucho menos pueden costearse una traducción o revisión de estilo profesionales. Bennett2 [p 169] argumenta que «las fuerzas de mercado se aseguran que los textos escritos por académicos foráneos necesiten ser profundamente domesticados antes de asegurar su aceptación por los journals internacionales, en un proceso que en ocasiones implica la destrucción de todo el andamiaje epistemológico del original».

Ella habla sobre las lenguas como portadoras de visiones del mundo, y sobre ‘redes de conocimiento’ asociadas con el desarrollo de lenguajes académicos. La manera en la que uno se aproxima a un problema está asociada con el bagaje cultural del investigador y de la información que recaba en el trabajo de campo. La forma en la que uno edifica un argumento lleva consigo una estructura de reconocimiento y de pensamiento, que está profundamente deformada –cuando no totalmente borrada– cuando la función referencial del lenguaje prevalece por encima de sus características interpersonales o estéticas, como bien subraya Bennett. Es una cuestión de léxico más que de sintaxis.

La elección de un término sobre otro es parte del resultado analítico e interpretativo de los procesos y realidades que han sido estudiadas. Si, en astrofísica, existe un elemento que solo puede ser identificado por un único nombre, en los procesos sociales el léxico cultural es un componente de la aproximación y expresión del fenómeno en cuestión. La exigencia de un nivel de elocuencia alto hace más que solo establecer una referencia lingüística por medio de la cual la academia puede intercambiar sus hallazgos y productos. Se convierte en un vector de poder que esteriliza estos procesos, reduciendo la diversidad de fuentes de conocimiento, así como también pone en riesgo cualquier intención de cosmopolitanismo.

Hay quienes argumentan que los journals tienen comités editoriales internacionales que resguardan la flexibilidad en sus evaluaciones. En el llamado por una ‘inclusividad consciente’1 [p700] nos previene del hecho que esto puede ser mucho más complicado que lo que uno se imagina, debido a que «estamos entrenados para ser rigurosos dentro de nuestro panorama y fuimos enseñados a no tener sesgos en nuestros procesos de evaluación y selección». Además de negar la posibilidad de poder evadir todo sesgo personal, también enlista otros rasgos problemáticos, como su diversidad, la mención de nombres extranjeros, referencias geográficas y familiaridad con ciertas aproximaciones; una lista en la que también debería ser incluida la elocuencia. Al referirse a los estudios que observaron las actitudes de los editores de journals internacionales, Bennett2 [ p174] afirma que es, en realidad, el «Discurso Académico en Inglés lo que determina qué se considera conocimiento y cómo ha de ser presentado».

Rao1 también es muy crítica de la idea de las cuotas, que alienta a los editores a incorporar diversidad en sus consejos editoriales, incluyendo a mujeres, personas de color y académicos provenientes de distintos antecedentes geográficos e institucionales. De cualquier modo, es indispensable revisar hasta qué punto dicha flexibilidad permite cierta diversidad en el origen delas contribuciones, pero siguen estando afectadas por el nivel de elocuencia requerido. Esto no pretende cuestionar la exigencia de calidad en los textos y en las ideas. Más bien subraya el hecho que la elocuencia de un angloparlante nativo es típica solamente de los angloparlantes nativos, y llama la atención sobre el punto de que una «teoría particular de conocimiento (empiricismo, positivismo, realismo lingüístico), así como ciertos valores (una creencia en las virtudes de la economía, la simplicidad y la transparencia)» que caracterizan a la lengua inglesa también permanecen «prácticamente sin cuestionarse por la comunidad académica internacional».2 [ p180]

UN DIÁLOGO INTERRUMPIDO

Yo trabajé alrededor de 15 años como periodista en el campo de la comunicación para el cambio social, con una relación particular con la comunicación comunitaria, que se fue convirtiendo gradualmente en el corazón de mis investigaciones sobre la comunicación popular. También hay una trayectoria histórica de práctica e investigación en este campo en América Latina17 y mientras presentaba mis proyectos de investigación en Europa, muchas veces me vi sorprendida por algunos comentarios que recibía al respecto. La continua exposición del desarrollo de mis investigaciones en diversas arenas me orilló a entender que el reconocimiento internacional sobre los estudios de comunicación popular está5 relacionado con los años setenta y ochenta, de todo en lo referente a Paulo Freire o a Jesús Martín-Barbero. Algunos colegas me recomendaban no concentrar mis energías en algo ‘del pasado’ o algo demasiado circunscrito a una localidad. Para ellos, me había convertido en una arqueóloga, lo que resuena con los hallazgos de Ganter y Ortega,4 que sugieren que el diálogo entre académicos europeos y latinoamericanos se ha reducido dramáticamente desde los noventa.

Me tomó incluso más tiempo entender que el problema tenía otras ramificaciones, siendo la traducción una de ellas. Enghel y Becerra18 coordinaron un número especial de CommunicationTheory, en donde trataban la dificultad que se encontraban que las investigaciones latinoamericanas para circular en el campo de la comunicación. Sus hallazgos revelan que la constante evolución delos estudios de medios y comunicación en la región desde los ochenta ha sido ‘subrepresentado’ en el journal. Sin embargo, con ayuda de otros análisis previos, también demostraron que, incluso hasta en los noventas, en lo general, «les fue mejor a aquellos académicos que cruzaron fronteras de sur a norte para hacer doctorados en el extranjero o lograron que sus trabajos fueran traducidos al inglés».18 [p 114]

En este sentido, mi aproximación al inglés como lingua franca entra en el debate sobre cómo decolonizar o desoccidentalizar el campo de los estudios de comunicación. Ganter y Ortega4 afirman que «el desarrollo del inglés como la lengua dominante de facto (...) también es responsable en igual medida por la falta de discusión crítica y de inclusión de la academia latinoamericana en los medios europeos y los estudios de comunicación». Logran observar en su trabajo que hay muy pocos académicos que remitan a trabajos publicados en español o portugués, incluso entre los autores latinoamericanos mismos. Desde un lado de la trinchera, esto pone de relieve el peso del lenguaje, confirmando los hallazgos de Enghel y Becerra, mientras que del otro lado demuestran el punto de Bennett sobre la domesticación del trabajo científico, donde los autores latinoamericanos aceptan la imposición de tener que citar referencias globales previamente validadas por otros editores y supervisores.

CONSIDERACIONES FINALES

Los niveles de exigencia de inglés dentro del trabajo académico encapsulan una serie de mecanismos que excluyen «redes alternativas de conocimiento»2 y esterilizan el debate académico. En tanto que no aporten nada para mejorar y enriquecer las reflexiones y construcciones teóricas, al limitar los objetos de estudio y los corpus de evidencia,14 su implementación alimenta predominantemente la creación o reproducción de estructuras de poder que sostienen la #CommunicationSoWhite.13, 1

El análisis sobre la (falta de) presencia de autores latinoamericanos en journals internacionales, como el ejecutado por Enghel y Becerra,18 así como por todos los que ellos tomaron como referencias históricas, dibuja un escenario donde todos pierden. Los desarrollos conceptuales no alcanzan la visibilidad que merecen y, en consecuencia, carecen de oportunidades para ser mejorados con aportaciones externas. Hay casos de estudio ricos en contenido, pero que a pesar de estar limitados en su alcance, no se ponen a disposición y en consecuencia no contribuyen a la creación de interpretaciones transnacionales. Los académicos entonces circulan indefinidamente en una espiral de citas entre colegas cercanos,13 cuyo discurso ha sido domesticado en una epistemología que ya no desafía nada.

El interesante debate durante el panel de la ECREA cerró con la reflexión/provocación de que ‘nosotros somos el sistema’ y por lo tanto somos parcialmente responsables por transformarlo. Todo parece indicar que ése es el llamado actual. El inglés como lingua franca efectivamente puede fungir como un aglutinante, que permita el intercambio de conocimiento o experiencias. Para lograrlo, es necesario estar abiertos a la diversidad de elocuencias que son inherentes a una apropiación desemejante magnitud. Podemos admitir y reconocer que los problemas relacionados con la elocuencia pueden provenir de una debilidad estructural originaria, pero por el bien de la ciencia y del conocimiento, tiene que haber una solución alternativa a la exclusión en las publicaciones académicas del trabajo de autores que no son angloparlantes nativos. Si no nos es posible atacar el problema en su origen, es posible hacer un mejor esfuerzo hacia el final del camino, dándole a estos académicos el apoyo y las oportunidades para que puedan publicar su trabajo. Pero el apoyo no debe significar ponerles a disposición a un escritor que traduzca sus textos a una versión en inglés estándar. Necesitamos admitir que las lenguas son portadoras de cultura y aceptar el sabor de los distintos acentos como parte del contenido, como señales de la perspectiva que estos autores están tratando de expresar.

Recuerdo a un tutor, el profesor Sergio Alcides do Amaral, durante mi licenciatura en periodismo en Brasil. Cuando asesoraba a sus estudiantes, les pedía más rigor y menos rigidez, es decir un balance entre la estricta aplicación de las reglas científicas y la flexibilidad para cumplir asignaciones complicadas. Esta idea se alinea con las demandas de Rao a los consejos editoriales y colegas supervisores por una ‘inclusividad consciente.’1 No se trata de disminuir la calidad de las contribuciones, sino de asumir los sesgos y reconocer de una vez por todas las estructuras de poder anidadas en la demanda por la elocuencia.

Bennett2 habla acerca de la idea una ‘traducción que resiste,’ aquella que conserve la voz de los autores y por lo tanto al patrimonio cultural que orienta sus aproximaciones epistemológicas. Ella reconoce que tan solo un puñado de académicos se sienten con derecho a hacerlo, y que muchos más terminan simplemente por adaptar su lenguaje para que puedan ser publicados. Tanto la imposición de medidas cuantitativas para evaluar investigaciones y la demanda de manejar niveles de elocuencia que se empalmen con el léxico cultural conllevan a una esterilización del discurso —y hasta cierto punto— de la práctica científica. El debate sobre desoccidentalizar y decolonizar la academia puede ser la oportunidad apropiada para convertir las redes de conocimiento en redes de solidaridad.19


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Ana Cristina Suzina

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NOTAS Y REFERENCIAS

English as lingua franca. Or the sterilisation of scientific work, por Ana Cristina Suzina, publicado originalmente en Media, Culture & Society. 2021;43(1) DISPONIBLE AQUÍ
Licencia de uso CC BY-NC 4.0 / trad. Juan Arturo García

  1. Rao, S (2019) Commentary: inclusion and a discipline. Digital Journalism 7(5): 698–703.
  2. Bennett, K (2013) English as a lingua franca in academia. The Interpreter and Translator Trainer 7(2): 169–193.
  3. ECREA (2018) ECREA 2018 Lugano. DISPONIBLE AQUÍ (último acceso: enero 30 2020).
  4. Ganter, SA; Ortega, F (2019) The invisibility of Latin American scholarship in European media and communication studies: challenges and opportunities of de-westernization and academic cosmopolitanism. International Journal of Communication 13: 68–91.
  5. Said, E (1983) Traveling theory. In: Said, E (ed.) The World, the Text, and the Critic. Cambridge, MA: Harvard University Press, pp. 226–247.
  6. Lloyd, M (2015) Travelling theories. Redescriptions: Political Thought, Conceptual History and Feminist Theory 18(2): 121-125
  7. Van Dalen, HP; Henkens, K (2012) Intended and unintended consequences of a publish-or-perish culture: a worldwide survey. Journal of the American Society for Information Science and Technology 63(7): 1282–1293.
  8. Suzina, AC (2018) Popular Media and Political Asymmetries in the Brazilian Democracy in Times of Digital Disruption. Doctoral Dissertation. Louvain-la-Neuve, Belgium: Universite catholique de Louvain.
  9. McGrail, MR; Rickard, CM, Jones, R (2006) Publish or perish: a systematic review of interventions to increase academic publication rates. Higher Education Research & Development 25(1): 19–35.
  10.  Zivney, TL; Bertin, WJ (1992) Publish or Perish: what the competition is really doing. The Journal of Finance 47(1): 295–328
  11. Marí-Sáez, VM; Ceballos-Castro, G (2019) Opening the black box of citations: a qualitative analysis on the basis of the taxonomy of Erikson and Erlandson. Communication Theory 29: 463–481.
  12. ScimagoLab (2018) Scimago journal & country rank. DISPONIBLE AQUÍ (último acceso: mayo 5 2020).
  13. Chakravartty, P; Kuo, R; Grubbs, V, et al. (2018) #CommunicationSoWhite. Journal of Communication 68: 254–266.
  14. Waisbord, S, Mellado, C (2014) De-westernizing communication studies: a reassessment. Communication Theory 24: 361–372.
  15. Merskin, DL (2020) The SAGE International Encyclopedia of Mass Media and Society. 1st edn. Thousand Oaks, CA: SAGE.
  16. Mis textos hacen alusión al sector mediático en Paraguay (en coautoría con Maria José Centurión), Perú (en coautoría con Maritza Asencios), República Dominicana (en coautoría con Ana Belgica Guichardo Breton), Guatemala, El Salvador y Panamá.
  17. ver Pertierra, AC; Salazar, JF (2020) Media Cultures in Latin America. Key Concepts and New Debates. New York and Oxon: Routledge; y Stephansen, HC; Treré, E (2019) Citizen Media and Practice: Currents, Connections, Challenges. London: Routledge. Para un vistazo de la gran cantidad de autores trabajando en este campo, mirar las diversas secciones en la antología coordinada por Gumucio-Dragon, A; Tufte, T (2006) Communication for Social Change. Anthology: Historical and Contemporary Readings. South Orange, NJ: Communication for Social Change Consortium.
  18. Enghel, F; Becerra, M (2018) Here and there: (Re)situating Latin America in international communication theory. Communication Theory 28: 111–130.
  19. Quisiera agradecer a quienes revisaron este texto y a mi colega Gerhard Schnyder por su útil e inspiradora retroalimentación.
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